domingo, 26 de febrero de 2012

Ottolenghi's carrot and walnut cake - Bizcocho de zanahoria y nueces de Ottolenghi


Ayer fue mi cumple. Cumplía los suficientes años como para que no te apetezca airearlo a los cuatro vientos (cada vez queda menos para llegar a los cuarentaís... aaarg). Pero como coincidía con el último finde del Carnaval, decidí celebrarlo. Y esta es la tarta que hice de postre. Tenía zanahorias de la huerta y nueces de Gran Canaria y decidí adaptar el famoso carrot cake de Ottolenghi, un poco tuneado para hacer su preparación más sencilla y adaptarlo a los ingredientes que tenía por casa. Según mis comensales estaba de vicio. Sí, qué le vamos a hacer, no tengo abuela.
Es un bizcocho muy sano, cargado de zanahoria con sus ricas vitaminas y nueces llenas de omegas-no-sé-qué, azúcar moreno y aceite de girasol en lugar de mantequilla. Eso sí, lo que tiene de sano el bizcocho lo tiene de vicioso la cobertura. Podéis ignorarla y tendréis un estupendo bizcocho para desayunos y meriendas. Pero bueno, un día es un día. Y había que tomar fuerzas que la noche es muy larga.

Y aquí va la receta, sin mucho preámbulo que hoy estamos "perjudicados". Qué mala es la vida disoluta.



Ingredientes,

200 gr de harina de repostería
1/2 cucharadita de levadura de repostería
1/2 cucharadita de bicarbonato sódico
1 cucharadita de canela
5 clavos molidos
1 huevo
2 huevos más, pero separadas las claras y las yemas
200 ml de aceite de girasol
270 gr de azúcar moreno
50 gr de nueces trozeadas
135 gr de zanahoria rallada

Calentar el horno a 170ºC, y preparar un molde redondo forrando con papel de hornear el fondo y untando bien de aceite los laterales. 
Mezclar en un bol la harina, la levadura, el bicarbonato y las especias. En otro bol mezclamos bien el aceite con el azúcar, hasta que esta se disuelva. Batimos el huevo entero con las dos yemas y lo añadimos a la mezcla de azúcar y aceite. Añadimos la zanahoria rallada y las nueces, y, poco a poco, la mezcla de la harina, hasta que se integre pero sin trabajarla demasiado.
Montamos las claras a punto de nieve, y cuando tengan consistencia de picos duros lo añadimos al resto de ingredientes, en varias tandas, con una espátula y cuidadito, haciendo movimientos envolventes, sin trabajar mucho la mezcla. 
Pasamos la mezcla al molde y horneamos casi una hora (en mi caso fueron 50 minutos, pero yo ya uso la piedra de hornear hasta para hacer bizcochos) o hasta que al pinchar con una aguja el centro del bizcocho esta salga limpia. Si veis que se el bizcocho se oscurece demasiado por encima pero aún no está hecho tapadlo con un papel de hornear.
Dejamos que el bizcocho se enfríe por completo antes de desmoldar.


Para la cobertura,
(mi versión es más sana, con menos mantequilla, y con sirope de arce en lugar de miel)
200 gr de queso de untar, a temperatura ambiente
50 gr de mantequilla, a temperatura ambiente
35 gr de azúcar glas
10 ml de sirope de arce

Lo ponemos todo en el bol de la batidora y lo mezclamos bien hasta tener una crema aireada.
Extendemos la crema por encima del bizcocho (o no, depende de vuestras arterias y/o posaderas), y decoramos con zanahoria rallada, nueces picadas, bolitas de azúcar de colores.... lo que se os ocurra.  
Y a disfrutar.



martes, 21 de febrero de 2012

Fermentación silvestre: cómo hacer kimchi


Hoy os voy a confesar mi última afición: fermentar vegetales. Hace unos meses me hice con el libro "Wild  Fermentation", de Sandor Ellix Katz, del que tuve conocimiento a raíz de leer "The 100-mile diet", ese libro del que os hablé hace poco. Parece ser que el librito de marras es una de las biblias de los "homesteaders" anglosajones, ya que explica todos los procesos conserveros que conllevan fermentación: cómo hacer queso, vino, cerveza, yogur, kéfir, y, por supuesto, cómo conservar vegetales por medio de la fermentación controlada.
El tema es que el libro me enganchó por completo. Además de un manual es un manifiesto en pro de la biodiversidad gastronómica y contra la homogeneización alimentaria. Y ya sabéis lo que me pone el tema en cuestión. Además, no es nada esotérico, vamos, que no te vende la moto atribuyendo a los vegetales fermentados propiedades mágicas. Explica muy bien, eso sí, sus propiedades beneficiosas, cómo se han consumido y preparado desde tiempos remotos, y por qué están desapareciendo de nuestra dieta empujados por la homogeneizada comida basura y la producción en masa. Y las consecuencias que dicha desaparición está teniendo en nuestra salud. Juega mucho con el hecho de que en inglés las palabras "cultivo" y "cultura" son indistinguibles, ya que se refieren a ambas con "culture". Para el autor la pérdida de los "cultivos" de las bacterias fermentadoras que han acompañado a la humanidad desde hace miles de años también es una pérdida cultural, ya que cada región de la tierra tiene sus propias tradiciones fermentadoras para conservar los alimentos y se están perdiendo.

Según el McGee "la conservación de frutas y hortalizas por fermentación se basa en el hecho de que las plantas son el hogar natural de ciertos microbios benignos que, en las condiciones adecuadas, prosperan e impiden el crecimiento de otros microbios que causarían deterioro y enfermedades. Esta supresión la logran por ser los primeros que consumen los azúcares fácilmente metabolizables de la materia vegetal, y porque al hacerlo producen una variedad de sustancias antimicrobianas, como ácido láctico y otros ácidos, dióxido de carbono y alcohol. Al mismo tiempo, dejan intactas la mayor parte de la materia vegetal, incluyendo su vitamina C, muchas veces añaden cantidades significativas de vitaminas B (ácido fólico, riboflavina, niacina), y finalmente generan nuevas sustancias volátiles que enriquecen el aroma del producto."

Los humanos mantenemos una relación simbiótica con dichos microbios beneficiosos, que están presentes en la microflora de nuestro intestino y transforman la comida en nutrientes que nuestro cuerpo pueda absorber, nos protegen de organismos potencialmente dañinos y enseñan a nuestro sistema inmunitario cómo funcionar adecuadamente. Además, la fermentación no sólo hace la comida más nutritiva, también la hace más digerible. La soja o la leche son buenos ejemplos. Las proteínas de la soja son cadenas larguísimas poco digeribles por nuestro organismo, pero la fermentación rompe esas cadenas en aminoácidos mucho más fáciles de absorber. En el caso de la leche, los lactobacilos transforman la lactosa en ácido láctico, menos indigesto para mucha gente.

Y luego un tema interesantísimo, y que yo desconocía bastante, es el de la inmunonutrición. Parece ser que hay bastantes estudios que demuestran que si tienes tu intestino repletito de microbios buenos evitas enfermedades porque los buenos compiten con los patógenos que potencialmente podrían hacernos enfermar. O sea, que como el sitio ya está ocupado por microbios amigos, los malos tienen que irse por donde llegaron porque no encuentran donde alojarse. Ya sé que esta historia es por lo que dan tanto la tabarra los del yogurcito ese de las narices. Yo reconozco que hasta que no he leído algo serio sobre el tema me parecía todo una milonga. Pero lo que el autor recomienda es que en lugar de dejarnos una lana en yogures de dudosa eficacia, preparemos nuestros propios alimentos fermentados en casa, que es muy fácil y muy barato, y consumiendo una variedad de estos alimentos podremos conseguir una buena biodiversidad de estos bichitos en nuestro cuerpo, que nos protejan de enfermedades varias. Es lo que se llama eco-inmunonutrición.


Mi kimchi en plena efervescencia

Y bueno, tengo que reconocer que después de leer en el librito las maravillas de preparar y consumir alimentos fermentados me he convertido en una fanática del tema. Y como mi cocina, de todos modos, está inundada del "lactobacillus sanfranciscensis" que habita en mi masa madre, mi primer experimento fermentador no podía fallar.

Para empezar mis experimentos elegí el kimchi, una preparación coreana que en su versión más tradicional se hace con col china, pero que tiene una variante con raíces, que es lo que ahora tenemos en la huerta. Si queréis preparar la versión tradicional, el proceso es el mismo, sólo tenéis que sustituir las raíces por col china.

Cómo prepararlo,

hace falta un recipiente de boca ancha, bien limpio, y otro que nos pueda servir de peso, y que preferentemente sea de un ancho similar a la boca del recipiente donde vamos a dejar fermentando el kimchi. Yo usé una jarra de cristal y una botella llena de agua que encajaba perfectamente en la jarra.

2 rabanitos
2 remolachas
1/2 apionabo
1 colinabo pequeño
unas hojas pequeñas de tatsoi
(si queréis hacer la versión tradicional, sustituid lo de arriba por 400 gr de col china)

1 daikon
2 zanahorias
2 cucharadas soperas de jengibre rallado
2 dientes de ajo
1 cebolla
1/4 de pimienta picona, sin las semillas
3 vasos de agua (750 ml)
2 cucharadas soperas y 1/2 de sal gorda (35 gr)

En un bol grande, disolvemos la sal en el agua. Cortamos finamente los rabanitos, remolachas, apionabo, colinabo, daikon y zanahorias, y los ponemos a remojo en la salmuera. Añadimos las hojas de tatsoi enteras. Lo dejamos ahí toda la noche.
Al día siguiente, colamos los vegetales reservando el líquido. En otro bol, rallamos el jengibre, picamos la cebolla, el ajo y la pimienta picona. Lo mezclamos bien con los vegetales. Lo pasamos todo al recipiente donde lo vayamos a dejar fermentando, aplastando bien hasta que su propio jugo lo cubra. Si no conseguimos que el jugo sobrepase el nivel de los vegetales, podemos añadir algo de la salmuera en la que estuvieron en remojo, hasta que estén cubiertos. Ponemos el peso de manera que se queden sumergidos totalmente (como podéis ver en la foto más arriba).
Lo tapamos y lo dejamos reposar en algún rincón de la cocina donde no estorbe, al menos una semana, vigilando de vez en cuando que no se cuelen moscas y que no se forme moho en la superficie. En mi caso, no tuve ningún problema, a la semana ya estaba rico y lo pasé a un bote de cristal y lo guardé en la nevera.



El resultado es sorprendente, muy especiado y algo picante, aunque es un picor que te da a la nariz, algo curioso y nada molesto. Sabe muy fresco, aunque reconozco que quizá el sabor del apionabo ha ocultado el sabor del resto de vegetales. Se puede servir como aperitivo, o en ensalada, con arroz, con un wok de verduras...
Ahora tengo una tanda de chucrut en proceso, si sale rico en breve os explico cómo elaborarlo.

martes, 14 de febrero de 2012

Daring Cooks Feb'12: falafel de remolacha - beetroot falafel


Hace siglos que no participo en los retos de los Daring Cooks. Pero este mes el tema eran los patties, un concepto anglosajón que engloba buñuelos, hamburguesas vegetales, croquetas.... todo lo que sean ingredientes aglutinados por harina o huevo y fritos en forma de discos o bolas. Como sabéis son unas preparaciones que me encantan, por su versatilidad, porque te valen tanto para una cena como para un picnic o para llevarlas en el tupper (sí, qué pesadita estoy, pero lo de alimentarse bien TODOS los días es una de mis obsesiones, ¡no soporto la mala comida! y cada vez menos).

Así que decidí que este mes tenía que participar a toda costa. Durante el mes de enero preparé unas hamburguesas vegetales de lentejas, pero la consistencia no me convenció, y también unos buñuelos de remolacha y puerro, que tampoco me convencieron porque quedaron un poco aceitosos.
Me apetecía hacer algo con remolacha porque tenemos unas preciosas en el huerto que estamos empezando a recolectar. La remolacha, beta vulgaris, ha sido consumida por los humanos desde la prehistoria. Su color se debe a las betaínas, unos flavonoides que tiñen de rojo cualquier ingrediente al que acompañe. Tienen aproximadamente un 3% de azúcar, y por eso se utiliza a veces para hacer dulces y pasteles.
Así que ayer recurrí a mi cocinero de cabecera. Sorpresa, sorpresa, ¿quien será? ¡Bingo! Sí señores, Ottolenghi. He adaptado sus beetroot fritters, usando remolachas crudas como punto de partida, porque por mucho que me insistan los publicitarios de no-diré-la-marca que hicieron una agresiva campaña en los blogs hace poco, la remolacha hervida que te venden al vacío NO SABE IGUAL. Os recomiendo que compréis (o cojáis de vuestro huerto, como nosotros) remolachas crudas y las hagáis al vapor. Es otro sabor. También he modificado las especias para usar lo que tenía por casa, hinojo en lugar de eneldo, cúrcuma en lugar de azafrán.... si os decidís a prepararlas animaos a experimentar con lo que tengáis a mano. Ahí está la diversión.


The Daring Cooks’ February 2012 challenge was hosted by Audax & Lis and they chose to present Patties for their ease of construction, ingredients and deliciousness! We were given several recipes, and learned the different types of binders and cooking methods to produce our own tasty patties!

Ingredientes, para dos personas, o para 4 si os animáis a servirlos con su pan de pita

para los falafel:
3 remolachas pequeñas, hechas al vapor, peladas y ralladas (250 gr)
100 gr de garbanzos cocidos, machacados en un mortero
2 cucharadas soperas de menta fresca picada
2 cucharadas soperas de perejil fresco picado
1 cucharada sopera de hinojo fresco picado
media cebolla picada
la ralladura de la piel de 1/2 limón
1/2 cucharadita de curry
1 cucharada sopera de tahini
1 huevo
1/2 cucharadita de sal

para la salsa:
250 gr de yogur natural
1 cucharada sopera de aceite de oliva
1/2 cucharada sopera de zumo de limón
1/2 cucharadita de cúrcuma
sal


Primero hacemos la salsa: mezclamos todos los ingredientes, removemos hasta que esté homogénea y guardamos en la nevera.
Para hacer los falafel, mezclamos bien todos los ingredientes en un bol. En una sartén calentamos un dedo de aceite, y cuando esté bien caliente vamos haciendo bolas con la mezcla, las aplastamos, y vamos friendo los falafel por tandas. Hay que vigilar la temperatura del aceite, porque tiene que estar lo suficientemente caliente para que se frían sin absorber aceite, pero no tanto como para que se pongan negros antes de hacerse. Vamos poniendo los falafel en un plato con papel de cocina para que absorba el exceso de aceite, y luego los pasamos a una fuente.
Servir con la salsa de yogur y una buena ensalada. Yo volveré a hacerlos, porque la cosecha de remolachas no ha hecho más que empezar. Y porque además me ha gustado mucho la combinación de sabores de las especias y las hierbas, y la textura. Pero la próxima vez seguro que antes hago las pitas.

domingo, 12 de febrero de 2012

Baguettes 100 millas


Llevo un par de días que me subo por las paredes. Cada vez que abro un periódico, pongo la radio o enciendo la tele, veo cosas que me crispan sobremanera. La justicia patas arriba (los malos se libran de la cárcel y los buenos pagan el pato), el FMI y sus secuaces poniéndonos la soga al cuello, y ahora esta reforma laboral que más bien se debería llamar criminal. En la última entrada bromeaba con lo de los ingenieros pero, qué queréis que os diga, ahora ya diciéndolo en serio, ¡los españoles vamos a convertirnos en los Oompa Loompas de Europa con esta reforma! Aunque trabajar en la fábrica de Willy Wonka sería, al menos, mucho más dulce.

Yo, con estas cosas, tengo más motivos para seguir con mi afición por eso que los anglosajones llaman "homesteading", y que podría traducirse como "autoabastecimiento". Porque el día menos pensado me echo al monte, ¡como Curro Jiménez!

Los que seguíais las peripecias de Isla de Pan supongo que recordaréis que la cosa terminó un poco como el rosario de la aurora. Tan sólo pudimos salvar 5 kilos de trigo de las voraces ratas (aunque no tan voraces como el FMI...) y esto hizo que nuestro ideal de tener trigo local para todo el año se fuese al traste. 
Esto nos dejó un poco chafados porque, aunque no llegamos al extremo de los chicos de la dieta de las 100 millas, si que intentamos que la mayor parte de lo que consumimos sea local. No de 100 millas a la redonda, pero sí de las islas. Esto lo cumplimos a rajatabla con toda la fruta, la verdura y las legumbres. 
Pero uno de los productos que no encontrábamos producido localmente ni a tiros era el trigo, y eso fue uno de los motivos que nos llevó a sembrarlo. Porque hacemos nuestro propio pan, pizzas y repostería, y tener que utilizar harina traída del quinto pino nos irritaba mucho. Recuerdo que cuando leí el libro "The 100 mile diet" me hizo mucha gracia que los chicos se encuentran en la misma situación, aunque ellos renuncian al trigo por completo. Al cabo de unos meses están desesperados, llegan a decir que "matarían por un kilo de harina local" jajajaja.. Tras muchas peripecias, finalmente encuentran un proveedor en Vancouver Island, un hombre que siembra su trigo y tiene un molino y una panadería, y que les vende una tonga de kilos de harina con los que empiezan a hornear como locos.


Algo así nos ha ocurrido a nosotros. Gracias a Juan, cuya panadería Panes del Mundo es un referente de calidad panarra en esta isla, hemos conseguido 30 kilos de trigo barbilla de una agricultora de San José de los Llanos. La verdad que nos tiramos en plancha cuando nos dijo que podía conseguirnos ese trigo y ni pensamos en cómo narices íbamos a almacenarlos, ni tampoco pensamos, por ejemplo, el tiempo que nos iba a llevar limpiar cada kilo de trigo. D. ha escrito toda la historia en Isla de Pan, ya sabéis, en su estilo, con todos los detalles, así que yo me conformo con enseñaros aquí las primeras baguettes que hice con la harina que molimos de ese trigo y os invito a leer la historia en su blog.

La receta es la de las baguettes de masa madre pero con una tasa de hidratación un poco más alta. Como podéis ver en la foto la miga es bastante oscura, pese a no ser una harina 100% integral, ya que le quitamos el salvado más grueso. El resultado, igual que cuando hicimos el primer pan con nuestro trigo, es un pan sorprendentemente aromático. Esta vez le dejé más reposo, y cada vez vamos aprendiendo más de la molienda, así que la masa era más manejable, más fácil de amasar, menos pegajosa, y el resultado ha sido una miga más alveolada.

La verdad que si ya es muy gratificante comerte un pan hecho por ti mismo, si además has molido tú el trigo y sabes de donde viene os podéis imaginar que es algo que alimenta no sólo el cuerpo, sino también el alma.

jueves, 9 de febrero de 2012

Cómo cocinar el brécol perfecto según Ottolenghi

Que el libro de Ottolenghi es uno de mis favoritos es un secreto a voces, pero es que D. también se ha aficionado. Y el otro día que hizo él la cena (sí, soy una acaparadora y casi siempre la hago yo) eligió como receta el famoso "chargrilled broccoli", uno de los platos estrella de Ottolenghi. Cocinar bien el brécol no es cosa fácil. Yo lo solía hacer en la plancha, pero casi siempre quedaba demasiado crudo en el centro, o para que estuviera bien hecho, tenía que casi calcinar el exterior. Esta receta da la clave para cocinarlo en su punto exacto. 

El brécol (brassica olerácea) es una hortaliza que proviene de Italia y está cargadito de vitamina C y antioxidantes, tiene zinc, hierro, ácido fólico, y muy pocas calorías. Y los ramilletes que nos comemos son, en realidad, las flores inmaduras de la planta que forman esos cogollitos.

El truco consiste en blanquearlo (o sea, hervirlo brevemente) antes de hacerlo en la plancha. Queda bien hecho por dentro, pero también crujiente. Sí, parece una cosa de cajón pero, ¿que queréis que os diga? no se me había ocurrido. Se lo tuvimos que leer a Mr. Ottolenghi para darnos cuenta. Así que pensé que igual era buena idea compartir con vosotros nuestro descubrimiento ;)


1 brécol
un par de cabezas de ajo
aceite de oliva virgen
un puñado de almendras, picadas y tostadas

Cortamos las cabecitas del brécol y las lavamos. Ponemos agua en una sartén, lo suficientemente grande como para que quepa el brécol cómodamente, y hervimos el brécol un par de minutos. Lo pasamos rápidamente a un bol con agua helada (un bol con agua y cubitos de hielo) para parar la cocción al instante. De esa manera evitaremos que pierda el bonito color verde intenso y que siga cocinándose mientras se enfría. Escurrimos el brécol y lo secamos bien. En un bol, ponemos el brécol y un buen chorro de aceite de oliva, para que se impregne bien.
Ponemos una plancha al fuego y cuando esté bien caliente vamos haciendo el brécol, dándole vueltas y sin dejarlo demasiado tiempo, en cuanto se marque un poco ya podemos sacarlo. Lo vamos pasando a una fuente.
En otra sartén calentamos aceite y tostamos el ajo cortado en láminas, con cuidado de que no se queme. Añadimos los ajos tostados junto con su aceite a la fuente donde está el brécol, y también las almendras tostadas.

Nosotros lo acompañamos de arroz salvaje y zanahorias. Y de verdad que a D. le quedó ¡perfecto!

Y bueno, creo que esta será de las últimas veces que vuelva a publicar dos recetas la misma semana, ¡el lunes vuelvo al trabajo! Quizá sea una friki pero tenía ganas de volver, es que mi trabajo es muy vocacional, ¡me encanta la física! (igualito que a Sheldon Cooper, me encanta la definición de los ingenieros como "los Oompa Loompa de la ciencia", jajajajajaja, ¡que nadie se me ofenda!). Pero se acabó para mi lo de echar la tarde vagueando en internés, ¡al tajo!


domingo, 5 de febrero de 2012

Tuppers y picnics: hummus de judías borlotti


Otra receta a la lista de tuppers y picnics. El otro día, hablando con una amiga que es vegetariana me comentaba lo caros que son los patés vegetales. Es cierto que no son algo indispensable para vivir, pero sí que son algo muy conveniente para apañar una comida en el curro, o una cena rápida. Y además, suelen estar hechos con legumbres, o con aceitunas, y por ello son una buena fuente de proteína vegetal. 

El asunto es que hacerlos en casa es muy fácil, y muy barato, y se conservan bien en la nevera así que podemos hacer cantidad suficiente para que nos duren una semana. Nosotros esta semana hicimos este hummus de borlotti y una tapenade, y nos resolvió una comida de picnic después de la piscina (junto con el cake de acelgas) una cena rápida junto con una ensalada, y la comida de ayer después de trabajar en la huerta, junto con una tortilla de calabaza. Vamos, que dan bastante de si. 

Este hummus es mucho más ligero que el de garbanzos. Tiene un sabor suave y fresco, y de aperitivo con una copita de vino blanco está buenísimo.


Ingredientes,

250 gr de judías borlotti (pesadas sin vaina)
2 anchoas
1 diente de ajo
la ralladura de la piel de un limón
2 cucharadas soperas de aceite de oliva virgen
2 cucharadas soperas de yogur
Sal y pimienta
Cilantro fresco picado

Hervir las judías hasta que estén blandas. Escurrirlas, guardando el líquido, y ponerlas en el vaso de la batidora junto con el resto de ingredientes  excepto el cilantro. Batir bien, añadiendo algo del líquido de la cocción si fuera necesario. Cuando tengamos un puré homogéneo, añadir el cilantro picado.

Otros patés vegetales:


Esta receta la he sacado del "Garden Cookbook" de Sarah Raven.


miércoles, 1 de febrero de 2012

Tuppers y picnics: cake salado de acelgas y requesón


No sé si mucha gente se fija en lo que hay en las columnas laterales de los blogs, pero hace un tiempo pensé que era una buena idea agrupar recetas que forman parte de secciones relevantes en el blog, como por ejemplo los panes, las pizzas, las recetas vegetarianas, y, una de las más visitadas, las recetas de pasta fresca y el tutorial sobre cómo hacer ravioli. Hace un tiempo, hice la correspondiente etiqueta para estas secciones y la coloqué en la columna izquierda para que a quien venga de visita le fuera más sencillo encontrarlas. El caso es que estas últimas semanas, debido a un impasse entre dos contratos (cosas de la administración pública) he estado técnicamente parada, y he aprovechado para ir a nadar con D. a mediodía y, de paso, preparar unos picnics de aúpa para alimentarnos decentemente aunque hubiera que comer en 20 minutos en un banco del parque antes de que él se reincorporase al tajo. Ayer preparé este cake, y un hummus de borlotti que publicaré en breve, y pensé que era una buena idea compartir con todos las recetas que tengo en el blog que son aptas para llevar en el tupper al curro o a un picnic con los amigotes. Cosas que se pueden transportar en un tupper sin que se destrocen, que se pueden comer frías, de pie, sin cubiertos. Empanadas, tartas saladas, patés vegetales.... Así que me he recorrido de nuevo las 319 recetas del blog, y he puesto la etiqueta tuppers y picnics que podéis encontrar en la columna de la izquierda. Algo bueno debía sacar de estar en el paro un tiempito, ¿no? La verdad que recorrerme de nuevo las entradas del blog me ha traído muchos recuerdos. En febrero va a hacer 4 años que empecé, el 9 de febrero de 2008, exactamente. Y la verdad que prácticamente cada receta la tengo asociada a un recuerdo: los cruasanes de Canny, están asociados de manera indisoluble a nuestra ascensión anual al Roque del Conde, la focaccia y la coca de tomates y aceitunas, a la primera vez que subimos la montaña Guajara y a innumerables festivales de jazz, en los que todos los años monto un picnic estilo central park ;) (aunque el último año fueron desbancadas por la tourte de blettes), las hamburguesas vegetarianas de habas frescas y el paté vegetal de habitas y menta están absolutamente unidas a nuestra huerta.... etc, etc.... ¡no quiero aburriros más!

El tema es que este cake se va a unir a la lista de favoritos para el tupper. Está lleno de verdura, y con harina integral que es más sana que la blanca. Aunque, debo matizar algo: lo hice con harina de espelta sólo porque es la que tenía en casa. Me dan mucha rabia las modas absurdas en los asuntos del comer. Últimamente, el pobre trigo está siendo sometido a una caza de brujas por parte de diversa fauna de herbolario (espero que nadie se me ofenda), los que se apuntan a lo último, ya sea criminalizar la leche, la miel o cualquier otro producto, y ensalzar cosas como el sirope de ágave u otras movidas que nunca hemos tenido en la dieta mediterránea pero que ni falta nos hacían (sí, soy un pelín fundamentalista, pero, qué queréis que os diga, mi miel que no me la toquen). Está claro que si uno es celíaco, o alérgico a la lactosa, evidentemente tiene que huir del trigo, y de otros cereales, o de la leche, como de la peste. Pero, como leí en el blog de Lucía, excelente nutricionista, si no eres celíaco no tienes necesidad ninguna de eliminar el trigo de tu dieta. Para más inri el asunto es que la espelta es un tipo de trigo, Triticum spelta. Y, de hecho, es un trigo hexaploide, igual que el Triticum aestivum, que es el trigo vulgar y corriente.

Supongo que el origen de todo este entuerto proviene de lo que ya os expliqué aquí, y es que las variedades de trigo que promocionó la industria panadera eran las que tenían más gluten, porque eran las que aguantaban mejor los modernos procesos de panificación. Eso ha llevado a que las cadenas de gluten de los trigos actuales sean tan largas que nos cueste más asimilarlas. Pero existen aún a día de hoy variedades de trigos antiguas, como el barbilla que nosotros sembramos, que contienen menos gluten, y con las que se puede hacer un pan riquísimo. De hecho, la tan ensalzada espelta, no es más que un tipo de trigo más antiguo que el T. aestivum actual pero más moderno que el T. monococcum, por ejemplo. Así que, no demonicemos el trigo. Y si alguien os dice "yo no como trigo, uuuy, el trigo es veneno, yo como espelta", explicadle la burrada que está diciendo. Por favor.

Ingredientes,

1 manojo de acelgas, cocinadas al vapor (o hervidas, también valdrían espinacas congeladas y hervidas)
1 cebolleta
un manojo de rúcula
100 gr de harina integral (en mi caso de espelta porque es la que tenía a mano)
1 huevo
150 gr de requesón (yo utilicé uno de Valsequillo que es mezcla de leche de oveja, cabra y vaca, y que es 100% de aquí)
2 cucharadas soperas de aceite de oliva virgen
75 ml de leche
2 cucharaditas de levadura de repostería
mejorana, pimienta negra, sal

Calentamos el horno a 190ºC.
En una sartén, rehogamos la cebolleta cortada en láminas y la rúcula picada. Reservamos.
Ponemos las acelgas en un colador y las escurrimos muy bien.
Mientras, batimos el huevo, añadimos el requesón y seguimos batiendo. Añadimos el aceite de oliva y la leche y seguimos batiendo. Incorporamos la harina y las dos cucharaditas de levadura, con cuidado de que no queden grumos. Por último, añadimos las especias, la cebolleta y la rúcula rehogadas y las acelgas.
Pasamos la masa a un molde de bizcocho y horneamos 35 minutos a 190ºC, y 15 minutos a 180ºC. Pinchamos con una aguja, y si sale limpia es que ya está hecho.
Dejamos enfriar en una rejilla (es normal que se desinfle un poco).

Y, cuando este frío, cortamos y ¡al tupper!

Actualizo la entrada para enseñaros el cake de Pooja, que se animo a preparalo sustituyendo el huevo por un cuarto de vaso de agua con maizena, y poniendo espinacas y maís dulce. ¡Encantada de que te gustara!