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domingo, 25 de agosto de 2013

Ka'ach bilmalch, rosquillas saladas de Jerusalem


Perdonad mi ausencia, pero me hallo en estos momentos poseída por el espíritu de una ardilla, una marmota, o algún otro bicho recolector, de los que tienen que prepararse para la llegada del invierno, pero en lugar de guardar semillas y frutos secos en mi madriguera estoy en plena vorágine conservera, haciendo mermelada de higos, chutneys variados, conservas de tomate, pickles de todo lo "pickleleable".... desde que llegué de vacaciones no he parado. Llego del curro y me pongo a conservar. Ya lo he dicho alguna vez, pero a los que tenemos huerta deberían darnos libre del 15 de agosto al 15 de septiembre. En plena época de cosecha, ¿cómo se les ocurre obligarnos a pasar 40 horas semanales currando, con lo ocupados que estamos conservando lo recolectado de cara al invierno? No es que en otoño no tengamos huerta, pero no hay nada como la abundancia del verano. El resto del año tenemos zanahorias, remolachas, puerros, espinacas... un montón de cosas muy buenas. Pero, desde mi punto de vista, los cultivos de verano son los reyes absolutos de la huerta. No hay tomates que sepan como los recién recogidos, bien rojos por dentro, en su punto justo de maduración, ni berenjenas tan tiernas y cremosas como las nuestras. Y no hay nada como abrir en enero un bote de pisto casero, o uno de berenjenas encurtidas. O el placer de tener amigos en casa e improvisar una cena a base de queso, chutney, ensalada, pickles de calabacín y pan casero. Todo hecho en casa, sin conservantes ni guarradas artificiales, con trazabilidad absoluta. Los que tenéis huerta me entendéis, ¿verdad?

Esta receta se la dedico a todas esas personas que, como nosotros, están ahora mismo dedicándose a buscar botes de cristal vacíos, pasando tardes de esterilizar botes, remover ollas con cucharas de madera, picando, mezclando, espesando... Viva el espíritu ardilla. Que no decaiga.
Para que tengáis algo que picotear mientras tanto y no os abandonen las fuerzas, estas rosquillitas. La receta es del libro "Jerusalem" de Sami Tamimi y Yotam Ottolenghi. Son deliciosas, perfectas para comerlas con una cerveza o un vinito. De aperitivo, o para aguantar hasta la hora de la cena, sobre todo si estáis cenando a horas tan tardías como nosotros últimamente. Aunque el esfuerzo merece la pena, ¿no?



Ingredientes, para unas 40 rosquillas

500 gr de harina de trigo blanca
100 ml de aceite de girasol
100 gr de mantequilla a temperatura ambiente
1 cucharadita de levadura seca de panadero
1 cucharadita de levadura de repostería
1 cucharadita de azúcar
1 y 1/2 cucharaditas de sal
1/2 cucharadita de comino molido
1 y 1/2 cucharadas de semillas de hinojo tostadas y majadas en el mortero
100 ml de agua
1 huevo
2 cucharaditas de semillas de sésamo blanco y sésamo negro (ajenuz)

Calentar el horno a 200ºC. Mezclar todos los ingredientes excepto el huevo y el sésamo y amasar bien. Tiene que quedar una masa suave pero nada pegajosa.
Poner papel de horno en una bandeja. Ir cogiendo trozos de masa de unos 25 gr. Hacer rollitos de unos 12 cm de largo, y juntar los extremos para formar una rosquilla. Ir poniéndolas en la bandeja, dejando un par de cms de separación entre ellas, y cuando tengamos todas las rosquillas formadas pincelamos con el huevo batido, espolvoreamos con las semillas de sésamo y dejamos reposar 30 minutos.
Pasado los 30 minutos horneamos unos 20 minutos o hasta que estén bien doradas.
Antes de comerlas (o de guardarlas) las dejamos enfriar totalmente en una rejilla.

Y ahora os dejo que tengo unos tomates ropreco que esperan a ser convertidos en salsa ;) ¡Ánimo huerteros! Y si necesitáis inspiración, todas mis recetas de conservas están aquí.