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domingo, 30 de junio de 2013

De la huerta a la mesa: tarta salada de calabaza, calabacín y pesto


Empieza la temporada de calabacines, berenjenas y tomates. Nuestra huerta está a reventar de verduras de verano, ¡vivan las solanáceas! ¡vivan los calabacines! Esta cocina se va a llenar de ellos los próximos meses. Aunque entre medias tengo intención de colar algún experimento repostero que tengo ahora mismo en el horno.

Tenía ganas de publicar esta tarta. Fue un experimento total. Tenía ganas de hacer una especie de quiche pero en plan sanote, sin nata, porque las quiches que he probado por ahí siempre me resultan muy grasientas y pesadas, y a D. la nata le sienta como un tiro. Me apetecía hacer una versión más ligera, así que decidí probar a usar yogur natural en lugar de nata para cuajar el relleno. D. me miraba escéptico mientras me veía batir el huevo con el yogur. Pero cuajó, y quedó muy rico de sabor y muy ligero. Así que quiero compartir la receta con vosotros por si le sirve a alguien de inspiración. Se conserva muy bien de un día para otro y está muy buena fría, así que pasa a formar parte de las recetas aptas para Tuppers y picnics. La idea de mezclar unas cucharadas de pesto con el relleno la saqué del libro "Variations potimarron" de Clea Cuisine.

Ingredientes,
para la masa
200 gr de harina de espelta integral
4 cucharadas soperas de aceite de oliva virgen
1 cucharadita de orégano
agua, la suficiente para que ligue la masa (la cantidad depende mucho de la harina que uséis, yo usé unos 100 ml)

Mezclamos todos los ingredientes, y amasamos lo justo para tener una bola de masa homogénea, pero no más, porque queremos que quede como una masa quebrada, no queremos trabajar demasiado el gluten.

para el relleno
200 gr de calabaza asada en cuñas, sin piel
1 calabacín cortados en rodajas
un par de cucharadas de pesto (lo hice con un puñado de piñones, un buen manojo de albahaca fresca, una pizca de sal y un buen chorro de aceite de oliva virgen, todo molido en el mortero)
1 huevo
1 yogur natural entero
50 ml de leche semidesnatada 
una pizca de sal


Calentamos una plancha a fuego medio. Pasamos las rodajas de calabacín por la plancha y reservamos.
Batimos el huevo con el yogur y la leche. Añadimos la pizca de sal y el pesto.
Calentamos el horno a 180ºC.
Extendemos la masa en un molde de tartas desmontable. Disponemos las cuñas de calabaza y las rodajas de calabacín, y por encima la mezcla de huevos, yogur, leche y pesto.
Horneamos unos 50 minutos o hasta que esté cuajada la tarta (comprobamos pinchando con un cuchillo, tiene que salir limpio).
Se puede comer tibia o fría. Con una ensaladita, es ideal para una cena ligera.



 
 

miércoles, 26 de junio de 2013

Zumo de remolacha, piña y hierbabuena {Batidos verdes y licuados con Ventanas Verdes}


Este mes las chicas de Ventanas Verdes hemos decidido dedicarlo a las bebidas saludables, en particular los zumos y batidos de vegetales y frutas. En casa siempre empezamos el día tomando fruta con yogur o kefir, un par de tostadas de pan casero y un zumo, de naranjas recién exprimidas, cuando es temporada, y si no de otras frutas o verduras. Hace unos años le robamos a los padres de D. su vieja licuadora, que compraron en los años ochenta cuando por algún motivo se pusieron de moda y estaban en muchas cocinas españolas. Luego el trasto cayó en el olvido y llevaba varias décadas metido en un armario, hasta que D. y yo decidimos que no queríamos comprar zumos envasados nunca más y la rescatamos. Y le estamos dando bastante caña en su segunda vida.

Hay mucho debate sobre qué es mejor si licuar las frutas o batirlas. La ventaja de licuarlas es que las vitaminas y minerales se absorben directamente y en mayores cantidades, la desventaja es que la fibra queda fuera (precisamente es por eso que se absorben el resto de nutrientes tan directamente). La ventaja de batirlas es que también incluimos la fibra, y que la absorción de la fructosa es más lenta. La desventaja es que nuestro cuerpo absorberá menos nutrientes precisamente porque la fibra interfiere en su absorción. 

Yo utilizo la licuadora principalmente porque cuando no es temporada de naranjas suelo hacer zumos con lo que saco de la huerta, como en esta ocasión. Mezclo piña y sandía o melón con hortalizas de la huerta, zanahorias, remolacha... y las hortalizas no se pueden batir. Bueno, al menos no las hortalizas crudas, que yo sepa, aunque seguro que voy a aprender cosas nuevas este mes con el resto de Ventanas Verdes ;)

Además, mi dieta ya es de por si rica en fibra, porque nos alimentamos sobre todo de verduras y legumbres de nuestra huerta y granos enteros (quinoa, bulgur..). Así que por las mañanas me doy el lujo de beberme un zumito de verduras y frutas licuadas y empiezo el día con unas energías que no veas!!!!

Y en esta ocasión le puse un buen puñado de hierbabuena porque Ana me convenció de que la clorofila es un buen antioxidante y desintoxicante. Parece ser que sí está demostrado que tiene potencial anticarcinogénico y que nos protege contra ciertas toxinas, aunque sus propiedades para disminuir el colesterol y los triglicéridos aún no se han demostrado en humanos. Así que la próxima vez que os pongáis ciegos a mojitos ya sabéis qué excusa dar en casa: "cariño, me los bebí por la clorofila, que es muy sana".


Ingredientes,
media piña, una remolacha mediana, un buen manojo de hierbabuena fresca (como vamos a licuarlo mejor que sea todo ecológico o sin tratar con pesticidas)

El procedimiento es sencillo: troceamos y a la licuadora. Y nos lo bebemos recién hecho. Un torrente de vitaminas p'al cuerpo.

Por cierto, este mes la revista Cuerpo Mente hace una reseña sobre nuestro grupo, todas las ventanas estamos muy contentas por la recomendación a sus lectores, Gracias!!! Y además este número incluye un artículo sobre zumos y clorofila que va perfecto con nuestro reto mensual.

Os invito a visitar las demás ventanas aquí.

Foto cortesía de Heva Tarjeta de embarque

viernes, 14 de junio de 2013

Florencia y Toscana: i cantucci di Prato

  

¡Ya estoy de vuelta! El trabajo y un congreso en Florencia me han mantenido alejada del blog, aunque a cambio aproveché para disfrutar unos días de la Toscana, esa región tan popular de Italia por su  idílico paisaje de colinas, viñedos y olivares.

Ya había estado en Florencia hace años, pero era un viaje del colegio y no fui capaz de apreciar en toda su grandeza el capital artístico que tiene la ciudad. Es impresionante. Apabullante.  Llegué a entender a Stendhal y su famoso síndrome. Cada rincón, cada barrio, tiene una iglesia renacentista con frescos o esculturas de una hermosura inabarcable. Nos pasamos horas y horas paseando por sus calles y plazas.

Está por supuesto el Duomo, con la cúpula de Brunelleschi que en su momento fue un prodigio de la arquitectura. Aunque a nivel artístico me llamó más la atención la Iglesia de San Miniato al Monte, una joya medieval que se conserva en perfecto estado desde el Románico. Y está la galería de los Uffizi, en donde tienen tantas obras maestras que hasta los rincones de los pasillos están cuajados de esculturas griegas y romanas. En los Uffizi decidimos centrarnos en tres cuadros: el "Nacimiento de Venus" y "La Primavera" de Botticelli, y "La batalla de San Romano" de Paolo Uccello. Este último pasa inadvertido a la mayoría de los visitantes, y sin embargo fue revolucinario en el momento en el que se dibujó, en el siglo XV, por su técnica (¡la perspectiva!) y su planteamiento.


En Toscana visitamos San Gimignano, una preciosa ciudad amurallada medieval, Siena, la joya del gótico, y Lucca, con sus murallas ajardinadas y la maravillosa fachada de la iglesia de San Martino. Y lo mejor de la visita a Lucca fue conocer ¡por fin! a Monica. Todo el que lleva unos añitos en la blogosfera conoce su blog, fue de los primeros que yo empecé a seguir no sólo por sus recetas, que ya sería motivo suficiente, sino por su personalidad, por su simpatía, por su cultura, por su delicadeza. Gracias a una coincidencia del destino nuestros caminos se cruzaron en Lucca. En persona es aún más encantadora, conocerla fue uno de los mejores momentos del viaje. Ya sabes, Mo, il faut cultiver notre jardin ;)

Y bueno, ¡qué decir del paisaje toscano! Una tierra en donde crecen los olivos y las viñas, las higueras y el trigo, y los tomates, calabacines y berenjenas.... esos cultivos para mi son el compendio de la felicidad. No necesito más. Vaya, que si fuera rica, me compraba una "azienda" y para allá que me iba.


Lo malo es que no había tiempo para todo y el tema gastronómico quedó un poco de lado. A pesar de mi amor por la gastronomía prefería quedarme sin comer pero ver en vivo, con detenimiento, "La Primavera". Aún así comprobamos que se come bien casi en cualquier trattoria de barrio, y casi todos los días, para la cena, caía un plato de ravioli o tagliatelle frescos con una copa de Chianti en algún restaurante. A mediodía solíamos hacer un picnic con pan toscano, de masa madre y sin sal, y algún salami toscano, cuya calidad me sorprendió, ya que sabéis que yo soy poco carnívora y aún menos de embutidos y sin embargo estos me parecían deliciosos. Me llevé un poco de chasco con los mercados callejeros, que no abundan (sólo encontramos uno en toda nuestra estancia), aunque quizá sea debido a que la temporada de huerta allí es el verano.


El par de sitios que recomendaría para comer son "La Casalinga", en el barrio de Santo Espirito, y el Mercato Centrale, en particular un puesto regentado por una "mamma" italiana auténtica (aunque el puesto se llama Pork's, ¡un nombre horrible!) en el que la especialidad es el "panini porchetta peperoni" (un bocata de pata y pimientos, vaya) y las "sarde a beccafico" (sardinas rellenas). En "La Casalinga" es recomendable reservar, a no ser que queráis esperar una horita (como nosotros) para cenar.

Y de postre, los famosos "cantucci di Prato" con "il vero vin santo". Como los cantucci son secos, se comen remojados en vino. Me encantan los cantucci, los podría haber tomado de postre a diario. ¡Y además son fáciles de hacer! Eso sí, lo que no he encontrado es sustituto para el vin santo. Probamos con Moscatel pero no tiene naaaaada que ver. Si algún italiano sabe qué vino español es equivalente, que me lo diga por favor. Aunque, de todos modos, como desayuno con el café con leche también están buenísimos. Aquí os dejo mi receta. A Giuseppe, que fue el catador, le encantaron, así que me quedé muy satisfecha.

Ingredientes,
200 gr de harina
200 gr de azúcar
1/2 cucharadita de bicarbonato
1 cucharadita de cremor tártaro
una pizca de sal
2 huevos + 1 clara
1/2 cucharadita de extracto de almendras
1/2 cucharadita de esencia de vainilla
100 gr de avellanas crudas
50 gr de almendras crudas peladas

Lo primero que hacemos es tostar las almendras y las avellanas en una sartén a fuego medio. Si queréis pelar las avellanas, cuando aún estén calientes, las ponéis en un paño seco y las restregáis unas contra otras.
Encendemos el horno y lo ponemos a 180ºC.
A continuación mezclamos los ingredientes secos en un bol, añadimos los huevos, el extracto de almendras y la esencia de vainilla y amasamos lo justo para tener una mezcla homogénea (no hay que trabajar la masa en exceso). Es una masa muy pegajosa y húmeda, así que es ideal para un robot de cocina. Si no, tendremos que trabajarla con las manos húmedas. Por último añadimos las almendras y avellanas.
Dividimos la masa en dos porciones y formamos cilindros de unos 5 cm de ancho y 18 cm de largo. Los pasamos a una bandeja de horno, dejando espacio entre ellos porque crecen bastante. Los aplastamos un poquito, pero no demasiado ya que la masa ya va a bajar por si sola.
Horneamos 25 minutos a 180ºC.
Sacamos del horno y dejamos enfriar 10 minutos. Bajamos la temperatura del horno a 160ºC.
Con un cuchillo de sierra cortamos en porciones de un par de cms de ancho, que dejamos en la bandeja de horno con el lado del corte hacia arriba. Horneamos 10 minutos, les damos la vuelta y horneamos otros 10 minutos. Cuando empiecen a estar dorados, los sacamos del horno y dejamos enfriar en una rejilla.
Se guardan en una lata o un tarro de cristal, y dicen que aguantan bien bastantes días.... aunque en casa no vamos a comprobarlo.