jueves, 26 de julio de 2012

De la huerta a la mesa: focaccia de tomates de rama


Hace casi un mes que publiqué la última receta. La razón es que la vuelta de mi viaje coincidió con un montón de malas noticias económicas y políticas, incendios, olas de calor y otras lindeces, y, la verdad,  para poner por escrito los sapos que salían de mi boca ante la situación actual prefería no escribir nada. Yo no soy de las que viven de espaldas a la realidad, más bien todo lo contrario, pero prefiero que este blog sea un rincón de positivismo y buena onda, un antídoto contra el malrollismo reinante, así que hasta que no he tenido algo bonito que enseñaros he preferido mantenerme calladita. Pero ahora lo tengo, y como no podía ser de otra manera, salió de mi huerto: esta focaccia.


La focaccia es un pan plano italiano que comparte su origen con la popular pizza. Ambas se preparaban con lo que los campesinos tuvieran a mano, eran una comida "de supervivencia", que hacían con aceite de oliva, harina, tomates de la huerta.... lo que ahora consideramos un lujo para ellos probablemente era lo que había esa temporada, y tenían que inventarse maneras de zampárselo.
Estamos empezando la temporada alta de tomates, así que en estos momentos comemos tomates en el desayuno, la comida y la cena. Supongo que más o menos igual que los campesinos que inventaron la focaccia o la pizza. Pero no nos saturamos, porque sabemos que este es el momento de comerlos, cuando mejor es su sabor. Además, cada tipo de las 11 variedades que tenemos plantadas es especialmente bueno para una cosa diferente: los pera para salsa, los acostillados o los negros de Vancouver para el gazpacho, los green zebra y los manzano negro para ensalada o para el pan con tomate del desayuno, y los de rama, ¡para la focaccia!



En particular, tenemos cuatro variedades de tomates de rama, los Ciruela Negra que tanto nos gustaron el año pasado, unos Prince Borghese y unos Miel du Mexique, cuyas semillas nos regaló este colega con el que hacemos intercambios de especies, y unos ramallet que no recuerdo bien de donde salieron.
Los miel du mexique sacan unas ramas laaaargas laaaargas cargadísimas de tomates, ¡tantos tomates que parecen uvas!
Pero bueno, a lo que íbamos, la focaccia. La receta la saqué de un libro llamado "The heirloom tomato", de Amy Goldman, que compramos en una librería de Vancouver. La palabra "heirloom" es bastante difícil de traducir. Literalmente significa "reliquia" pero en el contexto de los tomates se refiere a variedades antiguas, que no son híbridos, y que se han ido pasando de generación en generación. La piba se ha dedicado a recuperar variedades antiguas de tomates, y ha intentado ordenar las miles de variedades que hay. El libro es una pasada. Hay tomates de todos los colores, de todos los tamaños y de todas las formas. Aprender que hay tanta variedad te hace ver lo pobre que se ha vuelto nuestra dieta, y lo triste que es ir a un super y ver que sólo hay tres tipos de tomates: cherry, de ensalada y de salsa. Sin palabras.

Así que esta focaccia es un homenaje a los tomates "antiguos", todos esos Mauricios que todavía hay por ahí, en pequeñas huertas de pueblos perdidos. No permitamos que desaparezcan, ¡no dejemos que  K44 gane la partida!


Ingredientes,

para la masa de arranque,
2 cucharaditas de levadura seca de panadería
1 cucharada sopera de miel
3/4 de taza de agua templada
2/3 de taza de harina de fuerza

para la masa,
la masa de arranque
1 taza de agua templada
3/4 de taza de aceite de oliva virgen extra
3 y 1/2 tazas de harina de trigo (la receta dice 4, pero pensé que una focaccia necesitaba una masa más hidratada, así que sólo puse 3 y 1/2)
1/4 de harina de trigo integral
2 cucharaditas de sal
 
1/2 kilo de tomates de rama (sí, si no tenéis más remedio que poner cherrys digo yo que también valdrán), sal gorda, orégano y albahaca fresca

Empezamos preparando la masa de arranque, mezclando la levadura seca con el agua y la miel. Removemos bien, y añadimos la harina de fuerza. Dejamos reposar media hora, hasta que esté burbujeando.

En un bol grande mezclamos el resto de harinas, la masa de arranque, el agua y el aceite. Con ayuda de una rasqueta lo mezclamos hasta que el líquido se haya mezclado con las harinas lo suficiente para que se pueda trabajar sobre la mesa. Volcamos la masa en la encimera y empezamos a amasar. Es una masa bastante hidratada, así que precisa de un amasado "francés". Ya sabéis, el vídeo del "chico mono".

Dejamos reposar 15 minutos, añadimos la sal, y seguimos amasando, hasta que veamos que la masa no se pega más a la encimera y está elástica.

Dejamos reposar hasta que doble su volumen (1 hora y 1/2, aproximadamente).

Estiramos sobre una bandeja de horno, o sobre papel de hornear si vamos a hornearla en piedra.  Untamos la superficie de aceite de oliva, distribuimos los tomates enteros por la superficie de la focaccia, presionando un poco, y espolvoreamos con sal gorda y orégano. Dejamos que suba otra media hora.

Mientras tanto, calentar el horno a 220ºC.

Cuando la focaccia haya subido, horneamos 30 minutos, o hasta que esté bien dorada la superficie. Dejamos enfriar en una rejilla, y espolvoreamos con albahaca fresca picada antes de servir.

Nosotros nos la comimos tibia, acompañada de una ensalada y un poco de pollo con mole verde que publicaré en breve. Una vez fría, se conserva en un tupper durante unos días, y un poco tostada en una sartén ¡¡es un desayuno perfecto!!

domingo, 8 de julio de 2012

Días holandeses


Terminó un congreso y mañana empieza otro. Mientras tanto, un poco de tiempo para ver a los amigos. Hemos disfrutado de un breve paréntesis de sol, pero hoy Holanda se está encargando de recordarme por qué salí pitando de aquí hace 7 años. Es julio, y me toca calzarme las botas y ponerme el impermeable. Sé que hay gente a la que esto le gusta, pero, qué queréis que os diga, yo estoy encantada con mis 20ºC de temperatura media chicharrera. Holanda es muy bucólico para los turistas, sus cafés son muy cosmopolitas y mola poder ir en bici a todas partes, pero a mi si me dan una samita a la espalda y una dorada bien fría, al lado del mar, que se quite lo demás.
Ya tengo ganas de volver a mi isla.