Hoy que me he quedado malita en casa (pero sólo es un resfriado, ¿eh?) aprovecho para poner las prometidas fotos de los Alpes.
Nuestro viaje empezó en Milán, donde tuvimos que pasar un día esperando al tercer integrante de la cordada. Milán, en mi humilde opinión, no es una ciudad demasiado bonita, aunque tiene algunos rincones dignos de verse como los Naviglios o el Duomo. En el Duomo, por cierto, no me dejaron entrar ¡por ir en tirantes! Os podéis imaginar mi cabreo. Tanto hacernos creer en la amenaza islamista, y luego ellos son peores. En Milán, a parte de cabrearme y pasear, dimos con un restaurante genial, una casa de comidas que se llama "Trattoria Madonnina" (Via Gentilino, 6, cerca del Naviglio Pavese) llena de familias italianas en donde por dos duros preparan guisos que me recordaban a los de mi madre (con eso os lo digo todo). Con todo el pijerío que hay en Milán, este sitio, realmente, nos pareció un hallazgo.
De allí nos fuimos a Stafal, el último pueblo del Valle de Gressoney. Desde allí se coge la cabina que te acerca al camino que lleva al refugio Quintino Sella, donde hay que hacer noche antes de subir al Castore. La subidita al refugio, ya es, por si misma, una aventura. Sobre todo la última parte, por una arista de roca donde hay una cuerda a la que agarrarse en los pasos delicados. Una vez en el refugio pasamos la tarde recordando las técnicas de rescate en glaciar, algo que, en Tenerife, no se practica mucho :)
Al día siguiente nos levantamos a las 4:30 (A.M., sí, sí) para subir el pico. Todo fue bien hasta la arista cimera, a 4150 metros de altura, en donde un viento racheado hizo que la más miedosa del grupo (moi) decidiera que hasta ahí había llegado, y que aquello ya no era divertido. Así que a 70 metros de la cima nos dimos la vuelta. Pero, qué queréis que os diga, yo soy de las que piensan que lo importante es regresar sano y salvo. Y las vistas, de todos modos, eran impresionantes.
(pinchad en las fotos que merece la pena)
La bajada la hicimos del tirón, así que esa noche, después de tantas horas de caminar, teníamos mucha hambre. Y, afortunadamente, nuestro esfuerzo tuvo recompensa. De casualidad encontramos un restaurante en Stafal que ha sido lo mejor del viaje a nivel gastronómico: la Capanna Carla. El dueño es encantador. Tenía todas las mesas reservadas pero cuando le dijimos que habíamos subido el Castore esa misma mañana y que estábamos hambrientos se apiadó de nosotros y nos hizo un hueco. El restaurante está asociado al movimiento Slow Food (otro día os cuento). Nos sirvió de entrante motzetta de vaca y burro con aceite de trufa, y otros tipos de embutido valdostano, lardo de vacas que sólo habían comido pastos de altura (lardo es grasa, así tal cual, cortada en lonchas muuuy finas, os aseguro que era un delicatessen, y muy perfumado), castañas con miel, mantequilla valdostana y fontina con una salsa de radicchio. De primero, ravioli de carne con fonduta de fontina (Ravioli di cinghiale e prugne con fonduta profumati al tartufo) y de plato principal ciervo a las hierbas (Cervo arrosto alle erbe) y carbonada (no confundir con carbonara). Todo buenísimo y nos salió por unos 35 euros por cabeza. Total, que vuelvo encantadísima con la gastronomía valdostana, todo un descubrimiento.
El último día en el Valle de Gressoney nos lo tomamos con más tranquilidad, y nos dedicamos a hacer una caminata por el Valle, un tramo del Walserweg o Gran Ruta Walser, el camino que unía los pueblos que fundaron los Walser, una gente que emigró desde Suiza entre los siglos XII y XV y que decidieron asentarse en esa zona de Aosta. En muchos de los pueblos todavía vive gente, que se dedica sobre todo a la ganadería, criando a esas vacas tan lustrosas que pastan felices en las alturas. En el camino, hicimos un alto para degustar un picnic con especialidades valdostanas: Genepy, que es un licor de hierbas que entra demasiado bien para la gradación que tiene, y motzetta, una especie de cecina hecha con la carne de una de esas vacas felices.
Al día siguiente tomamos el tren hacia Torino, pero para el relato de la segunda parte del viaje tendréis que esperar unos días :)
De allí nos fuimos a Stafal, el último pueblo del Valle de Gressoney. Desde allí se coge la cabina que te acerca al camino que lleva al refugio Quintino Sella, donde hay que hacer noche antes de subir al Castore. La subidita al refugio, ya es, por si misma, una aventura. Sobre todo la última parte, por una arista de roca donde hay una cuerda a la que agarrarse en los pasos delicados. Una vez en el refugio pasamos la tarde recordando las técnicas de rescate en glaciar, algo que, en Tenerife, no se practica mucho :)
Al día siguiente nos levantamos a las 4:30 (A.M., sí, sí) para subir el pico. Todo fue bien hasta la arista cimera, a 4150 metros de altura, en donde un viento racheado hizo que la más miedosa del grupo (moi) decidiera que hasta ahí había llegado, y que aquello ya no era divertido. Así que a 70 metros de la cima nos dimos la vuelta. Pero, qué queréis que os diga, yo soy de las que piensan que lo importante es regresar sano y salvo. Y las vistas, de todos modos, eran impresionantes.
(pinchad en las fotos que merece la pena)
La bajada la hicimos del tirón, así que esa noche, después de tantas horas de caminar, teníamos mucha hambre. Y, afortunadamente, nuestro esfuerzo tuvo recompensa. De casualidad encontramos un restaurante en Stafal que ha sido lo mejor del viaje a nivel gastronómico: la Capanna Carla. El dueño es encantador. Tenía todas las mesas reservadas pero cuando le dijimos que habíamos subido el Castore esa misma mañana y que estábamos hambrientos se apiadó de nosotros y nos hizo un hueco. El restaurante está asociado al movimiento Slow Food (otro día os cuento). Nos sirvió de entrante motzetta de vaca y burro con aceite de trufa, y otros tipos de embutido valdostano, lardo de vacas que sólo habían comido pastos de altura (lardo es grasa, así tal cual, cortada en lonchas muuuy finas, os aseguro que era un delicatessen, y muy perfumado), castañas con miel, mantequilla valdostana y fontina con una salsa de radicchio. De primero, ravioli de carne con fonduta de fontina (Ravioli di cinghiale e prugne con fonduta profumati al tartufo) y de plato principal ciervo a las hierbas (Cervo arrosto alle erbe) y carbonada (no confundir con carbonara). Todo buenísimo y nos salió por unos 35 euros por cabeza. Total, que vuelvo encantadísima con la gastronomía valdostana, todo un descubrimiento.
El último día en el Valle de Gressoney nos lo tomamos con más tranquilidad, y nos dedicamos a hacer una caminata por el Valle, un tramo del Walserweg o Gran Ruta Walser, el camino que unía los pueblos que fundaron los Walser, una gente que emigró desde Suiza entre los siglos XII y XV y que decidieron asentarse en esa zona de Aosta. En muchos de los pueblos todavía vive gente, que se dedica sobre todo a la ganadería, criando a esas vacas tan lustrosas que pastan felices en las alturas. En el camino, hicimos un alto para degustar un picnic con especialidades valdostanas: Genepy, que es un licor de hierbas que entra demasiado bien para la gradación que tiene, y motzetta, una especie de cecina hecha con la carne de una de esas vacas felices.
Al día siguiente tomamos el tren hacia Torino, pero para el relato de la segunda parte del viaje tendréis que esperar unos días :)
Bravísima Ajonjoli!!!! que deslumbrante tu travesía y yo toda orgullosa con mis 2200 metros de altura..jajajja. Las fotos maravillosas, las vistas un delirio y seguro que la comida la saboreaste de lo lindo. Lo que más me gusta de Italia es su buena mesa y eso del antipasto, primer plato y segundo, nadie puede con tanto! salvo tras una subida como aquellas.
ResponderEliminarFascinante!!! y del Duomo no me extraña, el tema de religiones es siempre lo mismo....sin comentarios mayores pero creo que pensamos mas o menos iguales.
Besos mil y esperaré con ansias la segunda parte.
Mejórate luego. Besos!
Impresionante el relato y las fotos!!! Me has dejado boquiabierta y muertísima de envidia.
ResponderEliminarbesos.
Opino como Silvia y kako! menudo relato...preciosas fotos. Que envidia...cuando tienes niños se te acaban todas estas cosas...mientras, me deleito contigo y con kako y con vuestras andaduras. Besos y cuidate ese resfriado.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo, cuando la subida deja de ser divertida mejor regresar... y de todas formas, como bien dices, las vistas siguen siendo ESPECTACULARES!!!
ResponderEliminarEstoy deseando que llegue el día 4 para marchar a Nepal :)
Besines!
Me parto...cómo has podido irte de viaje allí sin pedirme una copia de las estrictas recomendaciones para turistas, de ediciones "Il Vaticano"....vamos, y si llevas también pantalón corto te excomulgan!
ResponderEliminarHe mirado el mapa, estamos a un tiro de piedra de la Capanna Carla, allí iremos, no veas la ilusión que me hace, he cogido el teléfono para reservar, que nosotros el Castore lo miraremos desde abajo y seguro que no nos hacen sitio ni siquiera si contamos que venimos de la meseta! Qué post más bonito, muchos muchos besos, ya me falta menos...
Monica
PS: Ya me contarás dónde te has cogido el resfriado si estáis en alrta por el calor...
Expectaculares las fotos!!!
ResponderEliminarLos relatos, fantásticos...
Pásalo bien, disfruta... que aquí esperamos Part II de tus vacaciones.
Besitos,
IDania
Cara Ajonjoli!! bienvenida!!! tu relato del viaje nos ha hecho vibrar!!! fantasticas fotos, fantastico todo!!!
ResponderEliminarKako, 2200 metros no están nada mal! Y lo de la comida, sí, efectivamente, sólo tomamos tres platos aquel día, porque estábamos realmente hambrientos, pero si no, ¡imposible!
ResponderEliminarSilvia, espero que sea envidia sana ;)
Lola, en cuanto tu niño tenga una mínima autonomía seguro que puedes llevártelo por ahí. En el Gran Paradiso vimos a una familia con dos niños encordados subiendo el glaciar!
Qalamana, Nepal....eso ya son palabras mayores!!! qué envidia!!!
Canny, la verdad que también iba en pantalón, aunque uno que me tapaba las rodillas :P Pero vamos, me despaché a gusto, le llamé taliban y machista, en español, claro, y me quedé tan ancha... Lo de la Capanna Carla, ya me contarás, ¡espero que no te defraude! Y el resfriado me lo he pillado por culpa del aire acondicionado :)
Idania, gracias! en cuanto pueda escribo la segunda parte!
Cuineros, muchas gracias :)
besos!
Qué maravilla de expedición!!!! (eso para mi es una expedición de las de al filo de lo imposible...) no me extraña que dijeras hasta aquí hemos llegado, es mejor regresar sano y salvo que cualquier otra cosa. En cuanto a los restaurantes y la cocina maravilloso!!!! Gracias por estos relatos!!!! Besotes!!!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el post. Una retirada a tiempo vale mas que cualquier cumbre, y el restaurante,,, que envidia me da! parece muy acogedor y el menu, me lo pido ahora mismo
ResponderEliminarPreciosas fotos. He probado el Genepy, pero el francés. No sé si es que hay otro italiano.
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