Llevamos un mes de septiembre bastante caluroso. Todo el calor del que nos libramos en agosto nos lo estamos comiendo ahora. Eso hace que, por ejemplo, la temporada de higos se haya acortado considerablemente: de un día para otro todos maduran. Así que hay que espabilar a la hora de recolectarlos y conservarlos. También el fin de la temporada de tomates se ha adelantado, porque mientras que el resto del verano la
tuta absoluta se mantuvo a raya, ahora con el calorcito se ha desmandado, de manera que las matas están bastante tocadas y producen muchísimo menos. Nosotros, por nuestra parte, combatimos el calor yendo a dar pateos por el monte, sobre todo por Anaga, que gracias al bendito alisio conserva casi siempre su
mantita de nubes protectoras. Esta es una de las cosas maravillosas de esta isla, la variedad de microclimas que hacen que mientras que en Santa Cruz están sudando la gota gorda, en Anaga haga falta ponerse el forro polar.
Para todo aquel que tenga huerta, los meses de agosto y septiembre son, sin lugar a dudas, los meses de las conservas. Hace un año ya expliqué
mis motivos para dejarme llevar por este frenesí conservero todos los años por estas fechas, así que esta vez no os daré la lata con mis rollos místico-políticos. Mis motivos siguen siendo los mismos, sólo que este año, además, tengo inspiración añadida gracias a dos libros que me agencié:
Canning for a new generation y
Preserving by the pint. Ambos tienen las recetas ordenadas por temporada (lo alucinante es que coincidan las temporadas aquí con las temporadas en USA), y además son recetas con cantidades manejables, es decir, para hacer las conservas en tandas pequeñas. No sé vosotros, pero yo vivo en un piso (debería decir pisito, ejem) con una cocina muy bonita y apañada pero de tamaño medio, y el único lujo que tengo es un horno de vapor que me viene de maravilla para esterilizar y hacer el vacío a los botes. Vaya, que no vivo en una granja donde disponga de ollas enormes y una alacena gigantesca. Hasta hace poco tenía que hacer el vacío a los botes en la olla exprés, que sólo caben de 4 en 4. Y sólo tengo un par de armarios en donde guardo mis conservas como oro en paño. Así que trato de preparar una variedad de mermeladas, chutneys, pickles y salsas... un poco de todo pero nada en cantidades industriales (excepto quizá la salsa de tomate), para disfrutarlo durante el año y regalarlo en ocasiones especiales. Si este es vuestro caso, ambos libros son perfectos.
Hace un par de entradas, cuando publiqué el postre de
higos asados con crema de mascarpone y yogur, dije que iba a publicar en breve la receta de los higos asados en conserva. Bueno, pues aquí la tenéis. Es del libro
Canning for a new generation, y os aseguro que ha sido el hallazgo del verano. He preparado tanda tras tanda, más que nada porque descubrimos que el postre quedaba igual de rico sustituyendo los higos asados a la manera de Ottolenghi por estos otros, y cada vez que teníamos una comida con amigos nos llevábamos un bote y preparábamos un postre alucinante en un momentito. La receta, además, lleva menos azúcar que cualquier mermelada, lo cual se compensa a la hora de la conservación añadiendo las rodajas de limón que añaden acidez.
Para empezar os recuerdo el A-B-C de lo que hay que saber a la hora de ponerse a hacer conservas:
- Lavar bien con jabón
los tarros y las tapaderas que vayamos a usar. Dejar secar sobre un trapo limpio, dados la
vuelta. Yo antes los esterilizaba, pero me di cuenta de que como siempre los esterilizo una vez llenos, no hacía falta hacerlo por duplicado.
- Rellenar los botes casi hasta el borde,
dejando sólo un dedo de espacio entre el contenido y la tapa. Cerrar
bien y dejar enfriar.
- Una vez que los botes estén fríos, hay
que hacer el vacío para que se conserven correctamente: poner los tarros
en una olla cubiertos de agua, se lleva el agua a ebullición, y se
dejan ahí 30 minutos, si son botes de medio kilo, o 15 minutos si son
botes de 1/4. Se retira la olla del agua y se deja enfriar los tarros
dentro del agua para que se haga el vacío lentamente. Este proceso,
inventado por Nicolas Appert, se llama, en honor a su descubridor,
apertización.
Siguiendo estos 3 pasos a mí
nunca se me ha estropeado ninguna conserva. He leído que hay quien
recomienda que el vacío, en el punto 3, se haga en olla a presión,
porque alcanza más temperatura y así, de paso, te libras de la toxina
botulínica. Esta es una toxina que se desarrolla en ausencia de aire,
pero no puede vivir en medios ácidos, es decir, con un ph inferior a
4,5. Las mermeladas de fruta y las conservas de tomate tienen un ph
inferior a 4,5 y son las que suelo hacer yo, así que desde que tengo el horno a vapor yo ya no uso la
olla a presión. Pero si os planteáis hacer conservas de judías verdes,
por ejemplo, quizá deberíais plantearos usarla, ya que la toxina muere a
temperaturas superiores a 100ºC y para conseguir esa temperatura la
única manera es la olla a presión.
Y ahora, a la receta.
Ingredientes, para 3 botes de ~300 ml
para 1´5 kilos de higos,
1 limón cortado en rodajitas
1 y 1/2 taza de azúcar integral de caña (~250 gr)
1 taza de agua
Calentamos el horno a 200ºC.
En la base de una fuente de
horno ponemos las rodajitas de limón, y los higos encima,
enteros, sin partir (sólo cortando los rabitos). Rociamos por
encima con el azúcar y luego con el agua, y tal cual, al
horno 2 horas.
Cuando los higos estén bien hechos y doraditos, los
embotamos y el sirope resultante, si ha quedado poco espeso,
lo reducimos en una olla hasta que se reduzca un poco. Luego
cubrimos los higos con el sirope, cerramos bien los botes, y
les hacemos el vacío en agua hirviendo según expliqué más arriba.
Así de fácil, y el resultado es espectacular.
Durante este mes seguiré publicando las recetas de las conservas que he ido haciendo, así que si hay por ahí más ardillas conserveras, ya sabéis, os iré dando ideas.