Casi todos los ingredientes que lleva esta ensalada los hemos visto crecer. La lechuga hoja de roble, los guisantes y las acelgas son de nuestro huerto. La rúcula y las zanahorias son de los propietarios del terreno, y las recogieron en el mismo momento en que se las compramos. Lo único, las judías verdes, esas las compramos en el puesto ecológico del mercado. Cuando te comes una ensalada así, te da la sensación de que alimenta más. Será subjetivo, pero nos sentó de maravilla.
Los guisantes los echamos a la ensalada así, crudos, porque siendo tan frescos están muy tiernos y tienen un sabor un poco dulce. Daniel los llamó "guisantes peta-zetas" porque decía que eran una explosión de sabor al morderlos. La verdad es que nunca los había probado tan frescos, y ha sido todo un descubrimiento. Hubo bastante polémica entre el "colectivo espinaka" a la hora de decidir si plantar guisantes, porque la mayor parte opinaba que son poco "eficientes", que para todo el espacio que ocupan al final sólo sacas guisantes para un plato. Pero, después de haberlos probado, creo que voy a hacer presión para que la próxima temporada plantemos más surcos de guisantes. Encima, las leguminosas tienen la propiedad de fijar el nitrógeno al terreno, de manera que lo siguiente que plantas ahí crece mucho mejor. Así que, ¿que más se puede pedir? Al final en lugar de tomar una decisión salomónica, y comer tres guisantes cada uno, lo que hemos hecho es juntar fuerzas y esta noche he quedado en preparar un revuelto para todo el mundo. Además seguro que así nos saben aún mejor.
La verdad es que cuidar un huerto y poder comer lo que uno planta está siendo una experiencia muy gratificante. Sobre todo en estos momentos. Desde hace bastante tiempo le doy muchas vueltas a todo lo que implica esta sociedad de consumo que nos hemos montado. Nos hemos acostumbrado a que tenemos derecho a tener lo que queramos, cuando lo queramos y donde lo queramos. El consumidor entrenado exige fresas en enero, tomates todo el año. Le da igual de donde vengan, o como las hayan conseguido. Eso unido al doble rasero de la UE y de los Estados Unidos, que blindan sus mercados mientras utilizan al FMI para que obligue a los países en desarrollo a abrir los suyos, hace que finalmente unos pasen hambre a costa de que otros gocen del exceso. El problema no es que no se produzca suficiente, que es el argumento que ahora utilizan los que son contrarios a los biocombustibles o están a favor de los transgénicos (estos se merecen un capítulo a parte, ya os daré la chapa otro día, ¡me estoy documentando!). El problema es que no se reparte bien. En Estados Unidos se tira un tercio de todo lo que entra en los supermercados, se tira directamente, sin que pase por las manos de ningún comprador. Es la manera de mantener siempre las estanterías llenas. Este es un sistema enfermo, que no podía durar eternamente. Pero, como siempre, en la caída los que más sufren son los que ya estaban tocados. Lo que espero es que algo hayamos aprendido de todo esto. Ayer leí en el blog de
Mar un artículo publicado en el país, sobre la crisis alimentaria. Venía a decir esto mismo, pero mejor escrito. Lo que recomiendan los economistas ahora, para que los precios de los alimentos bajen, es que volvamos a comer productos locales, de temporada. Fomentando los mercados agrícolas locales conseguiremos encauzar un poco este desastre. Es decir, que ahora hay que volver a sentar la cabeza y hacer las cosas con un poquito de sentido.
Ya veremos si alguien les hace caso, porque cuando la gente se ha acostumbrado a comprar plátanos baratos, producidos en cualquier republica bananera (nunca mejor dicho) en donde una distribuidora impone su ley y paga dos duros al campesino, es muy difícil que comprendan que eso es pan para hoy y hambre para mañana, y que a la larga lo barato les va a salir muy caro. Porque ponemos el grito en el cielo porque suban los tomates, pero luego poca gente pestañea a la hora de dejarse decenas de miles de euros en un coche. Los consumidores tenemos la llave para cambiar el sistema, otra cosa es que la queramos usar.....
Y como me he puesto un poco espesa, para compensar aquí está nuestra huerta. Que bonita es.
A la izquierda están las hileras de zanahorias. El millo, que está a la derecha del todo, lo plantamos para que protegiera del viento al resto de cultivos, porque nuestra parcela está en una zona en la que el alisio azota que da gusto. Al lado del millo están las dos hileras de lechugas, el surco de tomates y pimientos, y luego los calabacines y las calabazas. El oidio está haciendo estragos en algunos de los calabacines, y estamos intentando encontrar algún remedio natural, pero lo veo chungo. Esto es otra cosa que se aprende teniendo un huerto, el valor de lo que comemos. La gente piensa que la comida está cara, pero es que se nos ha olvidado el trabajo que lleva ocuparse del campo. Sobre todo en un huerto ecológico. Las cebollas están al lado de las zanahorias, y luego van los canónigos y las espinacas, que aún no han salido, las coles, los guisantes, y otro surco con calabacines y calabazas.
Las plantas aromáticas están alrededor, y en el nuevo terreno pondremos las fresas.
Aquí están los tomates, y las lechugas y las acelgas. Empezamos hace sólo dos meses, es increíble lo que han crecido las plantitas. Y lo bien que le sienta al coco una mañana de trabajo en el huerto.