domingo, 20 de noviembre de 2011

Thanksgiving Pumpkin Pie, tarta de calabaza de Acción de Gracias


Esta es la receta de la tarta de calabaza que nos comimos D. y yo de postre en esa estupenda cena de Thanksgiving que disfrutamos en Jasper, de la que os hablé en la anterior entrada. Sí, sí, ¡aún os queda Canadá para rato!
La festividad de Acción de Gracias se celebra sobre todo en USA y en Canadá, el cuarto jueves de noviembre en uno y el segundo lunes de octubre en el otro. En Canadá, antes de que llegaran los colonos, los indígenas ya tenían la tradición de celebrar una fiesta para dar gracias por una abundante cosecha que les permitiera sobrevivir al invierno. Cuando llegaron los franceses, en el siglo XVI, también tomaron la costumbre de celebrar esta fiesta para dar gracias por haber sobrevivido al largo viaje desde el antiguo continente y a los sucesivos inviernos, se supone que gracias a que los indígenas les enseñaron a sembrar lo que crecía por allí, de manera que no murieron de hambre (aunque hay que ver cómo se lo agradecieron más tarde: borrándoles del mapa). Entre otras cosas, se supone que les enseñaron el cultivo de la calabaza y sus múltiples usos. Y por eso el postre típico de la cena de Acción de Gracias es la tarta de calabaza.

Probé varias recetas y varios tipos de calabaza hasta que di con el sabor y la textura de la tarta que nos habían servido en Jasper. Algunas tenían demasiado huevo, o la calabaza era insípida. Finalmente di con las cantidades adecuadas, y con el tipo de calabaza perfecto. Tiene que ser una de esas alargadas, de color naranja claro, del tipo Cucurbita moschata. En algunos sitios de España las llaman calabazas confiteras, y en inglés las llaman butternut. Como usé azúcar moreno el color de la tarta es más oscurito de lo habitual, si queréis que os quede una tarta de un color naranja claro usad azúcar blanca.

Ingredientes,
1 lámina de masa quebrada, o masa brisa (si queréis hacer la masa a mano hay fabulosas recetas en internet, por ejemplo, la de Su)
2 tazas de puré de calabaza asada (500 gr)
1 taza de azúcar moreno
2 huevos
1 taza y 1/2 de leche evaporada
1/2 cucharadita de sal
1 cucharadita de jengibre molido
1 cucharadita de canela molida
4 clavos molidos

Elaboración,
Lo primero de todo hay que asar la calabaza. Nada más fácil: calentamos el horno a 190ºC, cortamos una calabaza de aproximadamente 1 kilo en trozos medianos, los ponemos en una bandeja y la asamos durante unos 40 minutos o hasta que esté blanda. Dejamos enfriar, la aplastamos con un tenedor, pesamos 500 gr y reservamos. Otra opción es pasar la calabaza por la batidora, pero, como dijo una señora en el restaurante en el que probamos la tarta, "la auténtica tiene tropezones".
En un bol mezclamos el azúcar, los huevos batidos, la leche evaporada, la sal y las especias, con el puré de calabaza.
Mientras, calentamos el horno a 200ºC.
Estiramos la masa quebrada y forramos con ella un molde desmontable. Pinchamos el fondo del molde y  horneamos la masa durante 3-4 minutos. Esto evitará que la masa quede húmeda debido a un relleno tan líquido como el que le vamos a poner. Sacamos el molde del horno y vertemos el relleno. Horneamos unos 40 minutos, o hasta que al pinchar con una aguja salga limpia.

Y degustamos dando gracias por la cosecha anual :)



domingo, 13 de noviembre de 2011

Canadá '11: las Montañas Rocosas, Banff y Jasper National Park

Banff National Park

Bueno, pues retomo nuestra historia en la Highway 1, la Transcanadian, camino de Lake Louise, un pueblo en medio de las Rocosas al lado del lago del mismo nombre, y que está dentro del Parque Nacional de Banff, uno de los más famosos de Canadá, ya que fue el primero que declararon.  Nuestra intención era dedicar los siguientes 10 días a patear los montes de Banff y del cercano Parque Nacional de Jasper, y luego volver a Vancouver por la autopista Yellowhead. Canadá es enoooorme, realmente una no se da cuenta de lo enorme que es hasta que está allí. Nosotros nos recorrimos unos 3000 km y aún así solo conocimos una pequeña parte de la Columbia Británica y Alberta.Y es que tan solo la primera de estas provincias ya tiene una extensión que es como el doble que España. Además de ser enorme es muy agreste, el bosque se extiende prácticamente desde que sales de Vancouver hasta las Rocosas (y suponemos que más allá). Un denso bosque de abetos y abedules, que se extiende hasta donde te alcanza la vista. Esa fue una de las cosas que más nos impresionaron, quizá más que las montañas y los glaciares.
El primer día en carretera nos llovió todo el rato. Pensamos que quizá nos habíamos arriesgado escogiendo la fecha del viaje, pero bueno, en todo caso, ¡ya no tenía arreglo! Cruzamos los dedos y proseguimos nuestro camino. Para cuando llegamos a Lake Louise la cosa había mejorado lo suficiente como para poder hacer una pateada muy famosa, el "Plain of the Six Glaciers", un camino que te acerca al Victoria Glacier, y luego por la tarde pudimos visitar uno de los lagos más famosos, el Lago Morraine, encajonado entre las escarpadas cumbres del Valley of the Ten Peaks.

Plain of the 6 Glaciers
Lake Louise
Lake Morraine
 Al día siguiente, el tiempo había empeorado aún más, así que optamos por hacer turismo y enfilamos con nuestro coche el Icefields Parkway, la carretera que une Banff y Jasper y que en algunos tramos circula a 2000 m de elevación. Nosotros no somos nada en absoluto de turismo de coche, pero la verdad que circular por esta carretera merece la pena. Los paisajes son espectaculares, hay muchas pequeñas excursiones que salen de los numerosos parkings que la jalonan y se puede ver mucha fauna. En nuestro caso vimos elk, cabras y lobos, y a pesar de lo asustada que yo iba no vimos ningún oso. Y eso que haberlos, ¡haylos! Una de las paradas que hicimos en el camino fue para acercarnos a ver el Peyto's Lake, un lago glaciar de aguas color turquesa cuyos alrededores ya estaban completamente nevados.

Icefields Parkway
Peyto's Lake
Los colores del otoño en las Rockies canadienses

Nuestro tercer día el tiempo seguía castigándonos, pero decidimos que ya habíamos tenido bastante coche y que había que caminar, así que optamos por una ruta, la del Johnston Canyon, un camino sinuoso dentro de un cañón, que parece ser que en verano se peta muchísimo. En nuestro caso venir fuera de temporada tuvo la ventaja de que hicimos el camino prácticamente solos. Eso sí, ¡esa noche llegamos al albergue completamente empapados! Pero mereció la pena.

Johnston Canyon

¡Y por fin el sábado amaneción soleado! Y aprovechamos para hacer la única cumbre que podíamos ascender sin el equipo de invierno: la Fairview Mountain. Un piquito de 2700 m de altura que se asciende pasando por el collado Saddleback. Desde allí se pueden contemplar el Paradise Valley y el Mount Temple, y por el camino encontramos varios ejemplares de larch, única conífera de hoja caduca. En otoño es muy popular una excursión en el Larch Valley para ver como los bosques se ponen de color dorado antes de que estos árboles pierdan sus hojas.

Fairview Mountain
Larch tree

El domingo en el camino hacia Jasper subimos el Parker Ridge, una colina desde la que se puede contemplar el Glaciar Saskatchewan, una larguísima lengua glaciar de las muchas que forman el Columbia Icefield, que se ha vuelto muy popular porque otra de sus lenguas, que está cerca de la carretera, la han habilitado para meter autobuses de turistas, ¡autobuses! ¿podéis creerlo? Cuando lo vimos casi nos da un pasmo, tienen un circo montado entorno al asunto que te dan ganas de llorar. Pero en fin, qué le vamos a hacer. Nosotros lo que hicimos fue pasar de largo ante tal aberración, no mereció ni que le hiciéramos una foto.

Saskatchewan Glacier

El lunes era nuestro último día en las Rocosas, ya que decidimos que como el tiempo no nos daba tregua era mejor continuar viaje y aprovechar para conocer otras zonas de la Columbia Británica. Cogeríamos la Yellowhead hacia el Valle de Okanagan, que es la zona más famosa de viñedos de Canadá, y donde además cultivan la mayor parte de la fruta y verdura que se produce en el país. Pero antes de irnos hicimos una pateada en la zona de Cavell Pond, un pequeño lago en el que se funde el Cavell Glacier, y en donde también caen trozos de hielo del Angel's Glacier. Fue uno de los paisajes que más me gustaron, con todos esos pequeños icebergs flotando por al lago. Impresionante.
Por ser segundo lunes de octubre ese día se celebraba el Thanksgiving canadiense, y por la noche pudimos degustar una auténtica cena de Acción de Gracias, con pavo acompañado de salsa de arándanos y gravy y de postre tarta de calabaza. Tras una semana sobreviviendo a base de bocadillos, barritas energéticas, y cenas cocinadas de cualquier manera en los albergues, teníamos tanta hambre que ni nos planteamos hacerle una foto a los platos, y eso que lo merecían. 

Angel's Glacier
Cavell Pond

Y al día siguiente emprendimos de nuevo al rumbo, esta vez hacia el Valle de Okanagan, nuestro siguiente destino, dejando atrás los lagos de aguas turquesas, los bosques impenetrables, los glaciares y tantos paisajes maravillosos.

Medicine Lake

martes, 8 de noviembre de 2011

Pan de molde con masa madre


Sí, sí, sí, se me acumula el trabajo. Tengo pendiente el resumen del Concurso de Comida Silvestre y el resumen del viaje a Canadá, ¡que estoy deseando enseñaros las fotos de las montañas Rocosas! Pero es que no podía dejar de enseñaros esta receta de pan de molde. Es una adaptación del "pan de mie" que Gusete publicó en Madrid Tiene Miga y que a mi vez yo adapté para hacer en la máquina de pan.
Esta vez me animé a probar a hacerlo con masa madre, sustituyendo parte del kéfir y de la harina por masa madre. El resultado es un pan esponjoso, perfecto para sandwiches o las tostadas del desayuno, y que además, al llevar masa madre, dura mucho más que un pan de molde normal. Bueno, exceptuando los panes de molde industriales, que llevan tantas guarrerías que parecen Dorian Grey (aunque probablemente su efecto sobre nuestra salud se parezca más a su retrato).
A nosotros nos duró 4 días, y estaba tan fresco como el primero.
Otra sustitución que he hecho es cambiar la mantequilla por aceite de oliva. A ver, tengo que reconocer que este pan, hecho con mantequilla, es un auténtico vicio. Pero si queremos un pan de molde para el día a día, es mucho más sano hacerlo con aceite de oliva. Aunque, de vez en cuando, un pecadillo no viene mal. Y otras veces también le pongo una taza de salvado de trigo, que desde que tenemos el molino en casa tenemos ingentes cantidades de salvado y aquí no se tira nada, así que tengo que encontrar recetas para usarla. El salvado le añade fibra al pan, y aunque tampoco hay que abusar de la fibra, tomar una cierta cantidad es muy sano. (update: incluyo explicación sobre lo de la fibra. Según "The bread builders" el exceso de fibra impide que el cuerpo asimile otros nutrientes, como por ejemplo el calcio. Esto se debe a la presencia de ácido fítico en la fibra. En el caso del pan, parece ser que con fermentaciones largas el ácido fítico se descompone y evitamos el efecto pernicioso de que entre en conflicto con la asimilación de calcio, pero para este pan de molde, de fermentación relativamente rápida, no conviene pasarse con la fibra. O sea, como todo, una cierta cantidad es bueno, pero excederse nunca.)

Ingredientes
200 gr de masa madre al hidratada al 100%
140 gr de leche
34 gr de aceite de oliva virgen extra (si queréis hacer un pan más "viciosillo" poner 34 gr de mantequilla)
17 gr de azúcar
300 gr de harina de fuerza
3 gr de levadura seca de panadería
6 gr de sal

Yo, como siempre, empiezo con la autolisis.  Para eso hay que mezclar la leche con 140 gr de la harina y con la masa madre. Lo dejamos reposar media horita.
Luego incorporamos el resto de los ingredientes, excepto la sal. Amasamos muy, muy bien. La técnica de los amasados y reposos viene bien en este pan. Yo, para ser sincera, lo amasé en la Kenwood mientras ma dedicaba a otras cosas (poner lavadoras, preparar la cena, todos somos humanos ¿no? aunque me encanta amasar no siempre tengo tiempo).

Formamos una bola y la  dejamos reposar dentro de un bol bien untado de aceite, durante una hora y media, o hasta que doble su volumen. Un truco para ver si ya ha fermentado es meter un dedo enharinado en la masa, y si el agujero que hacemos no se cierra es que ya está.

Lo sacamos del bol y, ahora viene un paso importante, desgasificamos muy bien antes de darle forma de baton (puse aquí un vídeo donde explico cómo, pero ¡atención! esta vez no tenéis que hacer el corte). Hay que tensar bien la masa cuando le damos forma, para que se hinche bien sin romperse y adquiera una bonita forma de pan de molde.
Forramos un molde con papel sulfurizado y ponemos allí la masa con el cierre hacia abajo. Lo aplastamos bien. Lo metemos en una bolsa y lo dejamos que suba hasta que doble su volumen.
Calentamos el horno (con la piedra de hornear dentro si la tenéis) a 200ºC.
Cuando el pan haya finalizado la segunda fermentación, lo pasamos al horno (directamente encima de la piedra si la tenéis). Con un spray vaporizar agua en las paredes del horno 2-3 veces durante los primeros 5 minutos. A los 15 minutos, bajar la temperatura a 190ºC. Hornear otros 20 minutos, o hasta que esté bien dorado y alcance más de 95ºC de temperatura interior. Si no tenéis termómetro, usad el truco de golpear con los nudillos la base del pan y si suena a hueco es que está hecho. Desmoldar y dejar reposar en una rejilla hasta que se enfríe por completo.
Una buena opción, si queréis conservarlo más tiempo, es cortarlo y congelarlo. Para esto lo ideal es poner algo de papel entre cada loncha de pan, para que no se peguen, y luego meterlas todas en una bolsa. Luego lo único que tenéis que hacer es meter las lonchas de pan directamente del congelador a la tostadora, y tendréis todas las mañanas tostadas de pan recién hecho.


viernes, 4 de noviembre de 2011

Cocina de temporada: manzanas reinetas de Tenerife asadas


Lo primero de todo quiero agradeceros a los que habéis enviado vuestras recetas para el II Concurso de Comida Silvestre. En breve (probablemente esta noche) haré el resumen y publicaré las recetas, y anunciaré el resultado del sorteo. Se que este año ha sido particularmente difícil porque el otoño se ha retrasado en todas partes y en ausencia del producto silvestre estrella (las setas) habéis tenido que recurrir a la inventiva, así que valoró muchísimo vuestra participación. Gracias, gracias, gracias.

Antes de seguir con el resumen del viaje a Canadá, y aprovechando que hoy entro a currar tarde porque me toca laaaarga noche en el Observatorio :) os dejo esta recetita tan fácil, tan rápida y tan de temporada.
Como sabeis en esta cocina nos hemos vuelto 100% locávoros en lo que respecta a productos frescos. Toda la fruta, verdura o pescado que compramos es de las islas. No me malinterpreteis, no lo hacemos por rollo político, sino porque nos parece absurdo comer calabacines traídos de, mínimo, 3000 kilómetros, cuando aquí tenemos unos bubangos estupendos. Las verduras empiezan a perder propiedades nada más recogerse, y además es un despropósito ecológico la cantidad de CO2 que se genera en el transporte. 
Y bueno, eso significa que en verano no se comen naranjas y en invierno no se comen tomates. Cuando hay berenjenas bien, y cuando no hay también. En el fondo, el cuerpo de uno agradece alimentarse siguiendo las estaciones, aunque haya que agudizar el ingenio y cocinar cosas que nunca antes habías cocinado (apionabo, colirrábano). Y las manzanas, en particular, sólo las pillamos durante su breve estación, que en Tenerife son los meses de octubre-noviembre. La manzana reineta se da sobre todo en el norte de la isla, por la zona de El Sauzal, y es ideal para cocinar por su textura, suave y nada ácida.

Así que aquí va mi sencillo homenaje a este humilde pero delicioso producto.


Ingredientes,
8 manzanas reinetas de Tenerife
8 cucharaditas de aceite de oliva virgen + 8 cucharaditas de azúcar moreno + 2 cucharaditas de ron
8 cucharaditas de mermelada de higos

Preparación,
Calentar el horno a 180ºC.
Lavamos las manzanas y les quitamos el corazón (si tenéis un "descorazonador" de manzanas, mejor para vosotros, y si no os aseguro que con un cuchillo pequeño, una cuchara y un poquito de maña y cuidado se saca perfectamente).
Les hacemos un corte alrededor a media altura, para evitar que revienten durante la cocción.
Mezclamos bien el aceite con el azúcar y el ron.
Ponemos las manzanas en fuentes de horno, y rociamos cada manzana con un par de cucharadas de la mezcla anterior. Luego ponemos una cucharada de mermelada de higos en el hueco que quedó de quitarles el corazón.
Asamos durante unos 30-40 minutos.

El resultado es un postre sanísimo, o se pueden tomar también para merendar, y descubrí que son perfectas para llevarlas en un tupper al trabajo, se calientan un poco en el micro y están tan buenas.

Ale, me voy al tajo. ¡¡Buen fin de semana a todos!!